MORIR SIN SUEÑO


A mi buen amigo y a su madre.

 

 

Fernanda estaba impávida, mordía sus manos mientras lloraba, Juan, su esposo, miraba con sus ojos vidriosos aguantando el aliento porque los hombres no lloran. Las demás se abrazaban y lloraban en las camisas de sus maridos, los ojos de Fernanda inundaban la sala con una tristeza inmensa que hasta la luna de esa noche parecía triste.

 

Su padre había muerto y todo había desaparecido con él, como si el mundo fundado por un solo hombre se hubiera exterminado en cada cosa conocida e inventada. Fernanda marchitaría por dentro y por fuera, enviaría con su mirada un mensaje de horror y pena que jamás podría borrar de sí.

 

Ella sabia que se iba a morir con un caballito, con un perrito y unas maticas, ella sabia que la muerte como buen animal iba a llegar con mano tierna y que iba a partir con fuerza como dos mandíbulas apretadas para despedazar el mundo, entero, con sus lilas y sus cintas, con sus besos y sus polvos, con la cara de Juan y las correas de sus zapatos, con la mesa de noche y la biblia que no abría, con su hermana y las manos que tejía, con la tienda de don Juaco y los granos que vendía, con la ambulancia del pueblo y su sirena marina, con las palomas del parque y el arroz mojado por el clima, con la aguja de la iglesia y los diezmos que la hicieron, con las paredes blancas del hospital y los escalpelos encanecidos, con las manos de su padre y el corazón roto que ya nunca más sabría amar a nadie porque ya era parte de la tierra, es decir, del polvo que sabe decir que se va, pero no como vuelve.

 

Llorar era la solución, en esas lágrimas ella encontró la razón de sus mundos para inundar toda su vida, en una enorme sequía y ausencia; de ellas que jamás encontraría tregua.

 

Después, cuando el tiempo pasa y uno al parecer ni cuenta se da y el sol es el sol que toca la carne, pero no el amor, Fernanda pensaba siempre adentro de sí y se decía: -Ahora lo siento mi amor, la luz del sol está en tus ojos.

Ella, acurrucada a la sombra del cerro que cubría el mismo sol, uno en la mañana otro en la tarde cuando la tapia daba la sombra según el sol que corría el día, lloraba y trataba de dormir. Un sueño que siempre era despierto, pues el rumor de su padre, permanecía en su sueño. 

 

Días después de soles de lluvia y llanto, el tango paró, las nubes se dispersaron y el horizonte fue limpio y claro con sol de verano y brisa de atardecer. 

Las montañas se dejaron ver una detrás de otras como pasa en Antioquia cuando el sol sin lluvia y las colinas son un paisaje de claro de luna y los días son la luz que todos deseamos sin penumbra.

 

 

 Fernanda en medio de la sala durmió regada de cuernos, azaleas y la chisporrante agua de la fuente que cae y vuelve.

Durmió o pensó y en sueños o pensamientos, que su padre le dijo, apareciendo por vez primera: ·” Descansa”.

 

Fernanda por fin, pudo morir.  Y su hijo también durmió en el lecho caliente al lado de ella, que sería por siempre su amada, hasta hoy. Eterna. 

 

 

 

 

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