PERO EL FÚTBOL...

 Nectali se fue a la Argentina, se llevó casi nada y una cámara Pentax Zmil, vendía unas manillas bastante feas y en el camino se conoció con un argentino y su familia de apellido Bosquian, fueron su familia, nunca los he conocido pero ellos tienen mi corazón. Fueron para él, todo. 


Hinchas de Boca  y  con Necta  nos contactábamos por cartas y cintas de cassettes que nos envíamos por correo ordinario. Nos aprendimos las canciones de los “bosteros”  y fuimos de la 12, campeones algunas veces como pasa en el fútbol. 


Los perros de él, con los años se llamaron:  Román y Draco. Uno por Juan Román Riquelme de Boca  y otro por Robi Draco Rosa, por que a la flaca, Cristina,  era fan del otrora Menudo. Había que partir los amores. Yo lo hubiera llamado Martín Palermo.


Teníamos un CD con las canciones de Boca y las cantamos cuando le ganamos al Madrid en el mundial de clubes y nos fuimos a Jardín, un pueblo en Antioquia. Volvimos, más bosteros que nunca. 


Yo era un “artista” , exponía en museos, era un bohemio, hablaba con propiedad de Kafka, Proust  y Kant, exploraba la lingüística y las formas del lenguaje, viajaba a la capital y hablaba bien de las etapas del arte. Luego me fui a trabajar al mundo de la publicidad y todo cambio, seguimos en la bohemia pero más en la apariencia.


Pedro me ayudó a ser más “artista” fue mi amigo, mi gran amigo, me ayudo a ser mejor técnicamente. Tumbamos paredes, quemamos muros, llevamos gallos a dormir a museos, nos emborrachábamos semanas enteras escuchando a Caifanes, Queen, Metálica, Radio head, Depeche Mode y los tangos. Fuimos los que nadie quería en un museo y los que nosotros no queríamos ser: Artistas de museo.


Luego volvió el fútbol. Felipe hincha a rabiar del Independiente deportivo Medellín, nos llevaba al estadio; en ese tiempo no era el equipo del pueblo, solo era el rojo, el medallo. Jugaron la libertadores y perdimos 1 a cero, gol del Medellín y los de boca camuflados, celebramos, total, era la tierrita, voltearepas decía mi abuelo que era del América pero alentaba al Medellín para sacarle la rabia a mis tíos que son del Verde, cuando solo era el Verde y no “El más grande de Colombia”.


Íbamos a alambiques de contrabando, tomábamos vino barato y escuchábamos salsa con malevos y navajas. Leíamos poesía y caminábamos los pasos de León de Grefiff entre la Nutibara y La playa. Dormíamos en las escaleras del hotel en la calle Caracas, donde se hospedaban los poetas del festival de poesía después de la fiesta el trago gratis y la promesa de leer al siguiente día. 


Los años han pasado desde que vi al “pelusa” en 1986 en Concordia Antioquia salir campeón del mundo en el mundial de Mexico. 

Hoy, escucho los partidos, los busco en internet y voy, de la mano de ella a la tribuna occidental baja, sector 4. Espero que el equipo gane, que no puteen mucho, con un buzo verde o negro viendo pasar aviones y dibujando perritos en las nubes. María Alejandra me aprieta la mano cuando hay gol a favor y me dice: “Quiero que se acabe ya”.


Yo que pensaba que nada tenia que ver con eso. 

Pero el fútbol.


          

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