EL DÍA QUE CONOCÍ A RUBEN BLADES

 Solo fotos de la entrada, ninguna del recorrido.

Fue la sentencia del policía que nos instruía antes que él llegara. 

La sala estaba llena y todos esperaban que “el maestro” apareciera, así lo llamaban y a él le gustaba que así fuera, su cara al escuchar esto era indicio de ello.


Yo, llevaba aproximadamente 8 horas corriendo entre una sala con periodistas y escritores y un recinto con caras y seños fruncidos emulando un carácter intelectual, sacado de un estereotipo romántico, nadie logro verse inteligente, pues  todos eran periodistas y disimular con cara, pose y ropa apropiada para parecerlo no era suficiente, se les veía que sólo era un simulacro, excepción de uno que otro teñido por el tiempo que ya no simula nada, sus días ya les habían dado el don de la inocencia o del tiempo sabio de no querer ser mas ni menos.


Las historias que los amigos de GABO, (así le decimos a Gabriel García Márquez para que sea cada vez más nuestro pero cada vez menos)  llenaron el auditorio número dos de Plaza Mayor y la farándula como el vulgo, estaba ansioso porque esas historias contaban de la intimidad de “el (otro) maestro”  y la curiosidad elevaban el espacio como si de cada silla fueran a salir mariposas amarillas o como si Amaranta fuese a levantar la mano para interrumpir y por si fuera poco Mercedes (su esposa) terminara en garrotera. 

Las historias de su poco dinero, de su famoso “Aja!!!” y de sus días antes de el Nobel, fascinaron la curiosidad que hacia que el calor fuese mayor y cada uno quisiera retener su silla como un trofeo y premio entregado por la mayor divinidad.

 

El contador que yo había puesto para que no se pasara de tiempo a Marco schwartz marcaba 35 minutos y yo, con un cartel improvisado con la letra de Olga (la productora), redonda y torcida, informe pero legible,  lo levantaba para que él supiera, que era tiempo de dejar que el público, siempre inculto y con ganas de preguntar, interviniera y que el muy amigable e inteligente Juan Villoro  con su cara barbada, su cuello largo y su extraordinaria generosidad respondiera. Marco  le dijo que yo lo presionaba y él le pidió terminar su idea, Juan, con su larga mano rotaba papeles y exploraba frases en homenaje a su amigo Gabriel y todo era poético, simple, claro y hermoso, su tono y desentono su dejo y su camisa de cuadros. Juan revivió a Gabriel y GABO camino entre nosotros, paseo su bigote viejo y pesó, lo que pesa un muerto.

 

Juan terminó y todo fue silencio inmenso. Llenó de palmas que aplaudieron y de piernas que abandonaron su asiento para agradecer a Juan habernos devuelto a nuestro Gabriel, por haberle hablado con esa hermosa herramienta del lenguaje que sólo a veces es poética y nos muestra que el mundo solo es mundo porque también se escribe y se habla así como Juan lo hizo para su amigo.


Marco me miraba y yo enjuagado en lagrimas agitaba las manos y le pedía con señas intraducibles que terminara todo, Marco alzo los hombros en señal de no entender pero de no importarle, al fin ya todo se había consumado y consumido: Juan estiro sus verbos y nos entrego a GABO, ya nada más debía pasar, yo seguía moviendo las manos diciendo que parara mientras todo se hacia nubes por las lagrimas. Marco despidió el auditorio y se marcho con Juan Villoro, quedando en deuda yo, con Marco por su amabilidad y su obediencia y con Juan por tan hermoso acto de amor.


 Antes de todo esto había pedido a la organización que se llevaran a Juan y a Marco por el lado posterior de la tarima para dejar la parte del ingreso libre de fotógrafos, periodistas, fans y cazadores de autógrafos para el ingreso de  “el maestro”. Ya habíamos acordado como sucedería todo, como cerraríamos la puerta frontal del pasillo de logística por donde sólo podíamos entrar los que estábamos autorizados, cuantos policías estarían en la entrada, cuantas personas bloquearían la puerta desde el interior del auditorio y quienes podían estar en las sillas de cara a esa puerta por donde él entraría.


Como de costumbre yo corrí a organizar las sillas, cuatro, una para él otra para Alberto y dos más, una para el alcalde y otra para Jaime Abello con su culo de señora costeña.

Martín Caparróz con su plagio de bigote Dalí , sus Levis 805 negros y sus alpargatas negras me miraba con inquietud, pues no sabia que pasaba o que iba a pasar. Sergio Cabrera apretaba una bolsa verde de El Metro y parecía distraído y yo apurado rompía los sellos de plástico de las botellas de agua para las cuatro mesas que debíamos tener. 


Al fin todo estaba listo, llame por teléfono a Natalia que estaba esperando que le avisara que estaba listo todo y que solo era llegar, ella me pregunto que si estaba seguro que si todo estaba en orden, yo le dije que sí, pero que antes que nada debíamos hablar porque no me podían dejar solo con tantas cosa juntas. Acordamos vernos en el sótano por donde entran los carros, salí corriendo y fui a verla, a veinte pasos míos era imposible ver, pues una nube impedía distinguir entre formas humanas y cosas, a pesar de mi poca visión todo era gris, un humo ligero lo cubría todo mientras yo buscaba el color piel de las piernas rechonchas de Natalia y su vestido negro.


Estando cerca vi sus  pies y su desordenado y achilado cabello, sus labios pintados de rojo y su tufo a aguardiente, -no dejés que nadie tome fotos en el pasillo y eso de coordinar con los invitados no lo hagas que no es tu trabajo, - ¿quién lo va a hacer? – jmmm no se, alguien de la organización, - pues llevamos tres días y nadie lo ha hecho, por eso yo me he visto en la necesidad de hacerlo, - esta bien, pero ya esto se acaba y no lo hagas más, ayúdame en la entrada para que él pueda pasar tranquilo.


El humo seguía creciendo y Natalia se iba perdiendo en el y en su fuerte olor a mariguana.

La sala estaba llena y hubo que hacer otra fila de sillas adelante pues no había espacio para Rodrigo Castaño, Darío Arizmendi, Guillermo Angulo y Jorge Alfredo Vargas, todos se decían amigos de GABO, yo sólo le creí a Rodrigo y a Guillermo.


Al salón, le faltaban sillas o mejor espacio, pues dentro de tantos egos no había espacio para la memoria de GABO, sus máquinas de escribir, su palabras y su  amado amor: “Mercedes”, que solamente fue tema de Guillermo, pues como a muchos, ella fue su dueña y ella fue su brújula, las mujeres tienen ese don para con nosotros: de ser ellas más que nosotros pero de aparecer menos que uno y de ser todo o más de lo que uno puede ser, así fue Mercedes para GABO todo y todo en cuanto puedo ser y haber escrito él.


Hazte en la puerta que ya voy con él, decía en mi teléfono, yo corrí a la puerta y abrí las manos, les dije a los policías y a la logística que me miraban como si el mundo fuera a terminar o como si yo fuera a salvar sus almas, que hicieran campo que ya venían. Me apoye sobre el muro que estaba a mi costado derecho y desde ahí vigile que todo estuviera bien: la puerta con policía, la entrada acordonada y el espacio para pasar a la tarima. Al momento de girar la cabeza para saber si estaban en camino, ya ellos llevaban la mitad del recorrido por el pasillo, cuando di un paso más nos encontramos, él puso una mano en mi hombro, me miro y yo a él, extendí mi mano señalando que podía seguir, mientras un tumulto de policías y de escoltas me empujaban. Yo lo seguí detrás y lo lance a la tarima, Alberto me estrecho la mano mientras yo le decía: Sólo tienes una hora y yo te la voy a hacer señas,  me miro con sus ojos ocultos en los lentes, hinchados por la mariguana y me respondió que estaba todo  bien, mientras su pulgar hacía arriba indicaba que así lo había entendido o que merecía la vida como en el coliseo romano.


Hubo un gran silencio, después un gran aplauso mientras Alberto elogiaba a “El maestro”. 


El streaming se cayó me dijeron, salí corriendo mientras escuchaba que Rubén Blades  decía: “Hay mucha gente aquí hoy, seguro esto es gratis.”

 

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