LA HIJA DE ATAHUALPA
"Y oyendo ese tambor eres la luna que resuena en la noche.
Eres el sol que esta escondido hondamente en la noche.
Eres la espada roja donde bailan de noche,(… ) muchacha bella llena de relatos”.
William Ospina.
Podrá ser extraño o quizá sospechoso, pero sólo a la luz de la imaginación uno puede entender los absurdos de la razón mientras con la lupa de los ojos ve aquello que quiere o que simplemente desea.
"Los hechos de aquellos tiempos no podían ser un cuento si a la vez no eran canto". Por eso todas las historias son de amor incluso aquellas que no, por eso ésta no dejara de serlo tanto en la ficción que vuestro entendimiento presiente como en la realidad del corazón que imagina.
El recuerdo siempre será el mismo, como indicador solemne de quien revisa con insistencia aquella voluntad de la memoria que procura escapar pero que permanece presa de una fantástica fábula llena de cantos (como se ha dicho), de flechas, navajas y horripilantes relatos que dieron origen a su vez a bellos y hermosos endecasílabos que ahora son ya más difíciles de leer que de creer."
La historia cuenta que el español Blas de Atienza el día que llego al imperio Inca, capas de buscar oro de ver penachos y la piedra lisa de las construcciones, fue capas de ver tejidos, plumas, vuelos de cóndores y los grandes ojos y oblicuos de las mujeres incas; Dicen que dicho personaje estaba más hecho para el amor que para la guerra.
Blas amo solo con ver a esa hermosa inca de pelo incendiado de negro y fulgor; su secreta conquista fue nada más y nada menos que la hermana de Atahualpa, refugiada en la ciudadela inca después de la masacre cometida por los españoles en tierras peruanas.
De este amor, la misma noche en que Atahualpa fuera estrangulado por una cinta de hierro, nació la hija de los amores de Blas con aquella hermana imperial y desde ese momento Blas "amo a esa niña , en la que se juntaban las aguas de dos ríos, tan distintos."
Pero se dice "que la noche en que murió Atahualpa nació una raza nueva; y sobre esas montañas manchadas de sangre y de odio, donde las ciudades fueron profanadas y los quipus fueron deshechos y las historias fueron borradas , también el amor volvió a encender las hogueras , más valiosas aún porque el sol había muerto".
Blas de Atienza fundo Trujillo, una ciudad cerca de Huanchaco, donde con gran ingenio debió canalizar el agua de la montaña para bañar la ciudad y regar su casona para que el mismo dios del agua cubriera con gracia, dulzura y abolengo a su bella y amada hija y "mientras despertaba a los dioses del agua veía crecer a su hija mestiza, cada día más bella, con grandes ojos oblicuos de India, con cabellos negros llenos de estrellas, con dientes blancos de princesa de la montaña, con pupila gris perla de mujer castellana, con labios rojos de gitana, con una piel canela que nadie había rechazado como andaluza, pero con los pómulos de grandes arcos de las hijas del sol".
Aquella hermosa niña vestida con la piel del dios sol quedo huérfana a los 13 años, convirtiéndose en la mujer más codiciada en el reino que ya no era imperio. Apetecida por su poder y su belleza. No había quien no quisiera para sí a Inés por su hermosura y por la enorme riqueza que poseía.
Quizá este relato no sea más que un manojo de descripciones que correspondan a la formación de una endeble figura que en mi memoria y en su posterior historia de amor con Pedro de Urzúa figuren sólo un relato de pasión, dulzura , lucha y onda entrega, Pensando que esa hermosa india socavara no más que la imagen de la belleza que nunca conocí, de la fantasía de a quien nunca veré.
"Brillo inmortal de la hija del sol que abriga mi corazón como la divinidad misma en la que con constancia descansa el sueño".
Pensaría Pedro... diría cualquiera.
Comentarios
Publicar un comentario