LAS FOTOS DE ELENA
La poesía y algunos escritores me habían enseñado que a las mujeres se les enamora con poemas, pero después de ver una entrevista con Nereo, él en su mágica forma de ver la vida me mostró con luz, que a las mujeres se les enamora con fotografía y baile.
Pero Nereo mismo se equivoca, porque son ellas las que nos enamoran con fotografía y baile.
Antes de salir de casa presentía que la lluvia vendría a mojar la ropa que dejara pegada del alambre del patio, a escurrir y tapar con agua la piel de tela que cuelga de un gancho que soy yo en otra forma; decidí ponerla adentro y ver como la pequeña casa se volvía hacía si, en un mismo afuera que es también adentro cuando entro en ella.
Cerré la puerta y me acordé qué el profesor Octavius motivaba siempre a sus alumnos a leer a D.H Laurence, pensaba que era la mejor poesía escrita jamás y que era más difícil de entender que la teoría de la relatividad. Se casó con una profesora de literatura, hermosa, la conquisto leyéndole a Laurence mientras le explicaba física cuántica. Ésta idea me vino cuando pensé en Literatura menor; creí entender más fácil la física cuántica, pero también pensé en Elena qué nos motiva a leer a Deleuze, a Kafka a Le clézio a Kundera a Cortázar a Onetti y mucho otros; pero también me acordé de Nereo porque con Elena uno siempre tiene fotos de lo que dice, entonces entré en una contradicción o en un baile contradictorio, ¿de que clase de fotos hablaba Nereo y de que tipo de danza?.
Las llaves aún estaban en mi mano y de narices a la puerta no distinguía si debía abrirla o cerrarla de una vez.
Onetti siempre fue un extranjero en mi vida y como muchos extranjeros que llegan, son los que a veces avisan de que manera es el mundo en otras partes. Él llego y se fue de nuevo. En Carlos E hay un aviso que dice “el viajero que llega nunca es el mismo” y en un baile de fragmentos de recuerdos éste vino a mi como la historia del físico enamorado de la profesora de literatura, pues Onetti cada vez que llega es otro, un otro que yo conozco y no. Y de momento recordé que “Juntacadaveres” llegó siendo un extranjero que yo tuve que pedir que me trajeran de Montevideo y que el “Astillero” llegó a mis manos en una espera larga a una mujer que finalmente fue una extranjera en mi vida. Pensé en Santa María y en el calor con lluvia y vapor que debería estar haciendo y en lo enfermo que me pondría al vivir allí. Pensé en ese ser extraño que fue Onetti y como todo lo tenía calculado, desde su vaso con trago hasta el amor por su esposa tocando el piano.
En ese baile de recuerdos y fotos vino a mi un día que conocí a Enric Nepomuceno hablando de Gabo, contaba que: “El Gabo era muy mentiroso. Cuando escribía un libro, él elegía dos o tres amigos para contar que estaba escribiendo, yo fui víctima en El amor en los tiempos del cólera…bueno había una víctima permanente que era Álvaro Mutis, ese era la víctima fatal. Cuando escribía El amor en los tiempos del cólera yo vivía por un largo periodo en México de lo escrito y nos veíamos un día sí y el otro también y él me contaba que había escrito en el día y yo sabía que era mentira, yo sabía porque Mutis me había advertido: No te entusiasmes porque ese cabrón miente, él quiere que tu cuentes a otro lo que él te contó. Como una especie de prueba, de test”. ¿Como una literatura menor?
Aún en fotos recuerdo el entusiasmo de Elena al narrar ese personaje que miraba a lo lejos Montevideo y que a través del cristal alargado del edificio “moderno” veía como su lejano lugar era la imagen de Santa María y que Montevideo de poder decirse se diría cantando esa canción que quitaba el miedo de no estar donde se quería, en donde su corazón se poseía. Pero también pensaba en el Macondo que Elena cantaba en la “Casa” que luego fue “cien años de Soledad” entonces entendí dos cosas: Que Nereo tenía razón, pues las fotos que Elena dejó también fueron hechas con luz y con baile y que en medio de esa danza de palabras había un devenir fotosensible que siempre que ella dice pasa lo mismo que en la fotografía: hay algo de luz que baña un cuerpo y en él queda el rastro de lo que pasa.
Por un momento me sentí estremecido y recordé de nuevo las imágenes de la Broma de Milán Kundera, pero no por haberla leído sino porque la patética historia de Ludvik fotografiada por ella se reveló de nuevo en un baile lleno de postales.
¿Cómo una literatura menor?
Yo seguía parado en la puerta sin saber si debía seguir o cerrar y de pronto me vi envuelto en un poco de lluvia llevando una sombrilla en la mano y recordando fotográficamente que Elena había explicado “Literatura Menor” y me di cuenta que Nereo tenía razón y no. Pues ella siempre deja fotos cada vez que baila con las palabras y uno se enamora de esos ojos que miran y no. Pero Nereo también se equivoca, pues no somos nosotros los que enamoramos con fotos y baile. Son ellas.
A nosotros como siempre nos queda la fácil, con poemas que otros ya han dicho.
¿Literatura menor?
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