EL DÍA QUE CONOCÍ A UN TORERO
La noche fue larga porque casi no pude dormir, el café se rego del vaso de la cafetera, puse mucha agua. La cita es a las 9 de la mañana me dijo Juan Vicente y yo con mi neurosis por no llegar tarde salí temprano.
Llegué a la Alpujarra faltando 20 para las 9 y para hacer tiempo caminé despacio mientras miraba la gente bien peinada, bien atalajada camino a sus lugares de trabajo o a hacer sus largas diligencias.
Mientras camino lento las lozas del piso se levantan como haciendo un trampolín y generando un ruido seco. Algunas baldosas se levantan y otras no, en eso gasto los minutos mientras persigo personas para ver a donde van, 5 fueron a la Alcaldía, 8 a pasaportes, 10 al lugar donde sacan el certificado de libertad y 6 al Concejo de Medellín, al mismo lugar donde debo ir.
Casi nuca me intereso por nada específicamente, esa quizá es mi peor virtud o mis mas desvalido reproche, aunque de vez en vez exista algo que me seduce y con un estridente entusiasmo me permito acumular.
De toros no se mucho o nada mejor dicho, solo reconozco en ellos una hermosa y horripilante historia de amor, poder y lujuria alrededor del Minotauro de Minos, del hilo de Ariadna y del valiente Teseo quien dio muerte a esta horrenda bestia convirtiéndola en mito, verdad y fuego profundo. Por lo demás nada o poco y eso es casi nada se de un toro.
Estas ideas me suceden mientras camino al Concejo de Medellín donde es mi cita y sin medir mis pasos que buscan baldosas sueltas me encuentro de narices al vigilante de la puerta que me interroga. -Usted para donde va? Traigo una cámara le digo levantando la cabeza y disimulando el asombro de ya estar parado allí; Siga que allá se la registran, me contesta mirándome fijo como si me quisiera preguntar algo más.
No se a donde quien voy, solo tengo una vaga idea de la persona a quien debo entrevistar, casi solo reconozco en él que un toro lo tiró por los aires y lo dejó en una silla de ruedas.
Juan Vicente me dio unas preguntas que yo resueltamente haré, pues él necesita esas respuestas y yo la verdad estoy allí parado por petición de él y porque hay una historia que quiero conocer y que por mera casualidad me tocará preguntar lo que otro quiere saber.
Al subir las escaleras un murmullo es llamativo y todas las voces solo pronuncian con benévolo amor la palabra “Luna”, yo sigo mirando hacía el suelo como queriendo buscar el mismo eco de las baldosas que se inclinaba en la plazoleta y una vez más de narices me veo interrogado de nuevo.
-Oiga, usted tiene cita o pa´ dónde es que va?. Quien controla la entrada, una vigilante de apellido Luna me embiste con su amable interrogatorio al cual no queda mas opción que responder con la misma sonrisa que ella tiene para hacer lo que debe. Vengo para donde Álvaro Múnera.
-Tiene cita?. Sí . Usted como se llama? ¿Y cual es su cédula? Espere pues lo anuncio.
Después de 15 minutos revisando periódicos de barrios de la ciudad llenos de fotos de señores gordos y bigotudos sonriendo con niños pintados y danzarines alegres, Claudia la secretaria de Álvaro, me interroga por tercera vez en la mañana en la que yo me disponía a hacer las preguntas.
Usted no es Juan Vicente, no señora yo no soy, tampoco es Astrid, no señora tampoco y si lo fuera me vería diferente. Entonces donde están ellos. Ellos no pueden venir pero soy yo el que va a entrevistar a Álvaro.
¿De dónde es que son ustedes o que es lo que vienen a hacer con Álvaro? En ese momento yo me quede en silencio como tratando de decir que ya eran muchas preguntas juntas y que a veces las palabras tropiezan unas tras otras y que en su endeble trastabilleo uno cae y no quiere volver a parar palabra para algo tan usual y elemental que es cumplir con una cita antes pedida.
-Espere pues le hago el registro.
Luego de esperar un rato escuchando miles de veces: Buenos días Luna, buenos días doctor o doctora, Claudia me dice que pase, ella en medio de los pasillos se pierde y yo me quedo sin saber donde voy, camino por todos los pasillos y leo todos los avisos con nombre y ninguno concuerda con el que yo necesito encontrar. Impaciente decido preguntarle a alguien adentro de una oficina.
-Buenos días me puede usted decir donde es la oficina la Álvaro Múnera. -En la primera oficina que encuentra después de pasar al pasillo, me responde una mujer joven vestida de negro, cabello profundamente negrusco y grueso y una sonrisa blanca e inmaculada.
Al entrar a la oficina me dicen que puedo pasar a esperar a Álvaro en la mesa redonda en el cuarto contiguo, me ofrecen café y me dice que si quiero mover las cosas lo puedo hacer, pero el cuarto es pequeño y solo hay una mesa un archivador y una cabeza de toro embalsamada envuelta en una bolsa negra tirada en un costado.
En la minúscula ventana que hay detrás de una de las vigas de concreto me paro a ver la gente correr en medio de un edificio y a la policía parquear carros mientras unos van y vienen meneando la cabeza de un lado al otro como buscando algo.
Álvaro entra y nos saludamos amablemente. Sentado en su silla de ruedas alza la mano derecha lo más que puede por su lesión, al principio no me acomodo a su altura y hago un esfuerzo torpe por parecer espontaneo, pero se nota mi tosquedad para poder acomodarme a la situación, por fortuna, un vigilante con un perro llega y ambos hablan de una recomendación que aquel dio a alguien para que este tuviera un mejor trabajo, el perro inquieto juguetea con las piernas inertes de Álvaro y ese sincero personaje revuelca la cabeza del perro con amor tierno, amable y sonriente, el amarillento animal menea su cola y con amor casi humano busca sin parar la mano calidad de quien con mimos lo invita a ser querido.
Después de marcharse el perro yo pregunto resuelto. -¿Puedo cerrar la puerta?. -Claro hombre, mejor, porque si no, no dejan. Instalo la cámara tímido por la luz sucia y curtida de las lámparas, saco la libreta donde llevo las preguntas de Juan V.
Me cuenta que su padre era fanático de los toros y que en su casa nunca se habló de arte ni de música ni de fútbol, que en su casa solo se hablaba de toros.
En mi casa nunca se hablo de nada, quizá por ello yo no soy fanático de nada ni aficionado a nada ni tengo pasiones desbordadas, me gustan las películas de star wars, de fútbol solo los partidos de Boca, pero solo he sabido llorar de pasión al leer a Holderling y beber deliciosamente el tiempo remoto de Joyce y la hermosa y tortuosa descripción de los volúmenes de Proust. Pero el silencio de mi madre y la ausencia de mi padre aparecieron como enormes presencias en medio de ese relato lleno de guirnaldas rojas, espolones y espadas afiladas en el entorno constreñido de cachos, piques y padres fervorosos por las capas y la roja sangre animal.
Los tíos de una novia que una vez tuve son aficionados a los toros y cada vez que había feria en Medellín hacían un “Condumio”, eso en resumidas cuentas es un almuerzo con trago para entonarse para la corrida, para llenar las “botas” con manzanilla y ron y salir a gritar el ole entre trago y trago de licor, calor, bullicio, banderillas y sangre.
Ellos, los tíos, tienen un garaje que llaman el rincón de Martina lleno de cosas alusivas al toreo, allí llevan a cantantes y bailarines para amenizar y preparar la fiesta; yo iba a tomar sangría con fruta y a cantar una canción que por alguna razón o por ninguna, me gusta… Silverio torero estrella…. Ese tal Silverio dicen que existió.
Álvaro empezó su carrera de torero en una vacaciones en México donde resuelto toreó un becerro y con dote natural causo admiración provocando que su padre impulsara su animosa carrera de joven promesa de los ruedos.
Yo de pequeño vi a Diego Armando Maradona en 1986 llevar al campeonato mundial a la selección Argentina, en ese momento estaba en el pueblo de Concordia Antioquia jugando dominó, hipnotizado por las gambetas del pequeño y peludo gaucho. Nadie impulso mi carrera de jugador de dominó, ni yo mismo avizore que pudiera tener talento para las diestra habilidades de las pequeñas piezas blancas pintadas de bolas negras; En ese momento seguí mi camino de niño asmático mientras Álvaro ya no continuaba con el suyo de torero estrella.
Habían muchas preguntas esa mañana y muchas respuestas, las palabras iban y venían como bestias furtivas dispuestas a embestir a su adversario. Cada momento de su vida como torero y cada momento premonitorio antes de la cornada era en los ojos de Álvaro una visión profunda e inmaculada del ser humano tocado por la divinidad pero el mismo ser ausente y sordo por los hechos que pedían que abandonara su oficio de matarife y bestia.
El primer anuncio fue el horror de una vaca preñada acuchillada por él, presenciar la vaca descuartizada con su feto al lado, le provoco espasmo, vomito y tristeza. Sentimientos removidos por lo consejos de quien lo representaba.
Después el apego a la vida de un pequeño becerro a quien tuvieron que apuñalar una y muchas veces para que callera en el ruedo, en el lugar donde mueren los toros y también los toreros.
Los oídos no oyeron, los ojos no vieron y el corazón no palpitó, Álvaro viajo a España después de ser alzado en hombros tras ganar la feria de la Candelaria en la plaza de toros de la Macarena.
El 22 de septiembre de 1984 en la plaza de toros de Albacete un toro apodado “Terciopelo” (vaya paradoja) lo lanzo por los aires no sin antes haberlo enganchado por la pierna izquierda, causándole la fractura de la quinta vértebra cervical con lesión medular irreversible.
“Terciopelo” cumplió con su voluntad y la tierna noche le hizo luz y todas y cada una de la cosas cambiaron ese día, así como cambio ese año la vida para los nicaragüenses que celebraron sus primeras elecciones libres, para los Uruguayos con la elección de Julio María Sanguinetti sacándolos de la dictadura y para la humanidad con el descubrimiento del virus causante del SIDA. Pero para Álvaro hospitalizado en Toledo, el resplandor de una nueva vida se acercaba mientras su recuperación no mostraba signos de progresar en la que fuera la sede imperial de Carlos I. Tuvo que viajar a Miami.
La cámara se apago, el motor de la cámara de fotos que hace el video estaba caliente y así no funciona. Mi preocupación eran las pregunta de Juan Vicente, pues aún no había hecho todas aquellas que eran enclave para el tema que él quería. Yo procure alargar alguna conversación y disimular los problemas que tenía para poder registrarlo. Quería saber muchas cosas y saber que pasaba ahora en su vida, si estaba casado, si tenía hijos, si comía carne, si su papá seguía yendo a los toros, si su mamá sufría con su condición, si tenía esposa como hacían para… bueno….
Álvaro dispuesto y amable, sonriente y orgulloso contestaba cada curiosidad, era mujeriego, noviero, joven y torero, ingredientes alucinantes que en medio del relato hacían saltar risas y morisquetas que enaltecían el espacio donde estábamos, no por orgullo ni prepotencia, solo que aquel carismático personaje brillaba orgulloso de estar sentado en su silla de ruedas recordando aquellas cosas que feliz lo hicieron y que feliz lo mantienen ahora diciendo con presunción. “Yo no quiero ni deseo caminar, mas conchudo fuera” .
“La memoria de la especie humana (dice José Antonio Marinas) cuenta a nuestra conciencia un patético cuento de amor y de muerte. Tras decenas de miles de años , ni hemos muerto ni estamos a salvo. Hemos llenado el universo de cachivaches y grandes sentimientos, de mezquindades y poderosas aspiraciones del espíritu.” Todas las búsquedas queridas o no, solo tienen el fin de ser otro, todos queremos ser y ese ser incluye mutar , cambiar la piel y buscar una posibilidad de ser en armonía, pero hay cosas en el universo que son como uno no desea, por eso “Terciopelo” ese día quedó sin picar y mientras Álvaro lo pasaba de terreno en terreno le puso la muleta en el hocico, el toro miró a Álvaro miró la muleta y se decidió por él, de allí en adelante todos sabemos que pasó.
Lo que uno a veces no logra imaginar es la hermosa relación que Álvaro alimenta con la vida. -“Esa fue una gran experiencia para entender que no esta bien lo que yo hacia”. Me mira sonriente y se pierde su mirada en el vacío corto de esa pequeña sala con un sentimiento de ternura y sabiduría entre sus inertes piernas y sus intempestivos movimientos que hacen que la cámara cambie de foco cada vez que se mueve.
Los dos nos sentimos extraños, él porque esto ya lo ha contado muchas veces y yo porque tengo muchas curiosidades, pero todo pasa como debe y en medio de la conversación Álvaro dice las cosas que yo creo suficientes.
A Juan Vicente le interesaban unas cosas a mi a lo posterior otras y la conversación se volvía íntima y cercana mientras Álvaro contaba cosas con sentimientos profundos y con una bellísima conciencia de su condición.
“Fue un proceso muy bonito, muy filosófico, porque fue un proceso de entender, además porque el dolor tiene un poder de purificación muy alto, así como en el fuego se purifican los metales en el dolor se purifica el alma humana, y el que lo entiende así supera muy fácil las enfermedades los sufrimientos y las dificultades y el que no, padece su amargura”.
Hace una pausa me mira y yo quería pararme y abrazarlo. Me contuve pero sentía una gran felicidad un gran alivio de saber que el alma humana aún es buena, sabia y eterna, que nada es malo o bueno, que solo hay situaciones o condiciones y solo a partir de ello podemos aprender. Álvaro lleno de una vivaz voz me dice con dulzura: “el hecho de reconocerme como un espíritu en transito, que estoy aquí adoptando una forma física temporal para aprender una cantidad de lecciones, que uno debe dedicar su vida a construir no a destruir y la idea es salir mejor de como nos entramos, entendí que lo que me había pasado no era en vano”.
En ese momento yo ya no sabía si lo que quedaría registrado serviría para hacer lo que juan Vicente quería, pero ya la suerte estaba echada y yo estaba satisfecho por haber ido allí, por poder hablar con este personaje lleno de bondad y espiritualidad inundado por la conciencia de que lo que hacía solo era (en sus palabras) sembrar muerte y dolor y que ahora su más grande tesoro era ser defensor de los inocentes: los animales.
Finalmente le pregunte por su metamorfosis y el concienzudamente me miro resignado y apenado y me dijo con baja vos: “yo hubiera querido que mi metamorfosis se hubiera dado por el uso de la razón, lo mas triste es que tuve la oportunidad.”
Me despedí, con el pecho apretado y feliz, salí despacio despidiéndome de Claudia su secretaria y caminando lento mientras pensaba en cada cosa que había sucedido en ese corto momento. Me despedí de Luna la recepcionista y baje las escalas mirando el piso pensando en las muchas cosas que Álvaro había compartido esa mañana conmigo. Por tercera vez me tope de narices con el vigilante que me dijo: Saca algún equipo? -Si señor una cámara. -Usted la registró? -Si señor. -Bueno. Musitó . Yo saque la cámara y el me miró, miró su libro de minuta y se fue, entendí que podía salir.
De nuevo en la plaza donde se levantaban las baldosas yo seguía con una linda sensación, mientras caminaba y miraba hacía la nada. Cruce la plaza, salí a la calle San Juan, me fui directamente a la calle Alambra a comprar vino sin estampilla porque no tenía trabajo ni plata para pagar uno que no fuera de contrabando.
Me repetía esa mañana lo mismo que pensó Álvaro después de su recuperación: “entendí ( esa mañana) que lo que me había pasado no era en vano.”
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