HUMO
"Estamos acostumbrados a la vida porque nos gusta el amor"
Friedrich Nietzsche
“Blanca como la del papa” dijo Fabricio.
El libro se cerro o debo decir, lo cerré; todavía pienso en la rubia que tomaba ron con soda y comía salchichón cervecero; de los 45 minutos que disponía para ver el fútbol solo pude ver 5 que fue el tiempo que tarde en verla… Rubia y tinturada de más rubio, extraña obsesión por lo dorado o es quizá una extraña ilusión de verse más brillante, sus ojos se hundían en unas ojera azules, celestes como el cielo (cuidado con el cielo dicen por ahí) tornasoladas de un verdor agua mar que solo las ojeras pueden tener, un cuello largo como de botella de vino y unas manos que dibujaban con su cigarrillo más que empujones al vacío.
“el viaje, por lo demás va unido al combatido deseo de lo desconocido que es inherente a todos” vienen a mi las palabras de Remo Bodei mientras la danza de ese recorrido profundo en ese cuello vasto navega una trenza apretada que la rubia hace con precisión en su cabeza estrecha y redonda, sus manos tejen su trama y urdimbre para fabricar un dulce tejido que yo bendigo por que ahora puedo ver su cuello mientras los demás tuercen con fervor sus manos y mientras otros corren a la caza de un balón que nunca se dejará atrapar más que en los sentimientos profundo de una red a los dos costados en direcciones opuestas.
Miro sus piernas, sus botas lisas y cafés dan una esperanza no solo de un ser vanidoso, sino que explican la benevolencia de no querer aumentar su altura, esto sería ya una provocación al cielo que ya le ha dado brillo en su pelo.
Su espalda me apunta con la intensión de evadirme…¿evadirme de qué?... trato de seguir la ilusión del viaje que me impone la dificultad pues ahora fantaseo con su aroma de ron y humo, de cosmos y de soles, de palíndromos entrecortados, de goles interespaciales , de tejidos intestinales, de fogatas clandestinas de espasmos melancólicos y de fémures cercanos.
Pero ella se levanta y su espalada señala el occidente y su nariz que señala mi presencia me mira con dificultad, no se si es mi posición o mi descompuesto rostro, camina con lentitud dirigiendo sus ojos encavados en sus bellas ojeras marinas y su camino señala mi destino… se detiene, prende su cigarrillo de filtro blanco y punta incandescente ya, dirige su brillo en el pelo hacía mi y cuando el humo sale de sus perlados dientes de su boca, posa sus manos: una en el cigarrillo que toma con pinzas de dos dedos, corazón e índice, la siguiente mano se deja caer como claro fresco de mañana sobre su cintura que dibuja un meandro en su cuerpo y me dice secamente: “Debería moverse, está tapando la salida”.
Recordé que era hora del programa en la radio sobre Aristóteles.
Ella se fue con el brillo doblemente del sol mientras yo quedé solo con el humo de su cigarrillo y así como a los dioses está entregado el humo como sacrifico mientras los humanos gozan de carne y huesos, me fui nostálgico a casa sintiéndome un dios lejos de esos huesos que caminaron por una calle que la luz ya no me dejo ver jamás. Mientras odiaba mi imaginaria divinidad.
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