Violetas
“Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”
Jorge Luis Borges.
Recordé unos animalitos de papel que un día se hicieron para mi: una mariposa y un pájaro, junto a otros dos, una jirafa y un camello.
La jirafa tenía una pata más corta que las demás y necesitaba apoyarse sobre el pájaro, la mariposa o el camello, este último con el rabo más grande que su cuerpo lo obliga a estar parado como si fuera un perro y no un camello.
Estirado y con la trompa hacia adelante con punta roma, el camello, dejaba dócilmente que la jirafa se descargara sobre él, sin problema en posarse con ella mientras el sol de media tarde atravesaba una pequeña ventana, iluminada con descaro.
Un día, los animalitos de papel no estaban. Sufrí un pequeño infarto parecido al que puede tener una persona cuando sus animalitos de papel desaparecen.
Luego de buscarlos incansable y torpemente, los encontré, arrumados junto a una caja de pastillas de violetas de Flavigny que mi amigo Humberto me había regalado un día de abril.
Tras la victoria de Julio César sobre Vercingetórix, Flaviano, veterano de las tropas del emperador, recibió una colina que se convertiría en el pueblo de Flavigny sur Ozerain, situado cerca del lugar de la legendaria batalla de Alesia. Historias siempre tienen las cosas, sobren todas las cosas que permanecen en el tiempo.
Recordé ese día la tarde de agosto en Madrid, mirando con curiosidad en una confitería que se llama “La Duquesa” una caja de violetas de la abadía de Flavigny que traje conmigo a casa.
La caja que ahora solo es recuerdo y en la que ya no quedaban pastillas con violetas de Flavigny me hizo traer al presente la tradición de la región francesa de Borgoña donde queda Flaviny -sur-orzerain y donde dicen que cuando uno comparte Anís de Flavigny (las pastillas de violetas tienen en el corazón una planta que se llama anisum pimpinella, es como un anís estrellado) desea para la otra persona Amor y Felicidad.
Con sorpresa volvió a mi El amor en los tiempos del cólera donde “En octubre, con las últimas lluvias, llegaron tres cartas más, acompañada la primera por una cajita de pastillas de violetas de la Abadía de Flavigny. Dos las había entregado en el portón de la casa el cochero del doctor Juvenal Urbino, y éste había saludado a Gala Placidia desde la ventana del coche, primero para que no hubiera duda de que las cartas eran suyas, y segundo para que nadie pudiera decirle que no habían sido recibidas” y que Fermina Daza había querido quemar y no pudo.
La caja vacía con violetas de Flavigny con el tiempo desapareció como los animalitos de papel que un día Violeta la hija de Silvia me había enviado en gratitud por algo que ya no recuerdo.
Así es el tiempo, hace que las cosas se vayan quedando en las migajas del olor que el destino deja.
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