Río de sol
“Lo malo no está en que la vida promete cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da y deja de darlas.”
Juan Carlos Onetti.
Un pequeño río de sol entra en medio de dos alas de cortinas, una ondea como las montañas que hay en frente, la otra apacigua la onda como el valle al caer el día. El hilo de luz se mueve por el efecto del vidrio que aún no abrió, pero que próximo dará paso a un cálido viento que moverá las aguas del sol que entran y navegan en la tierra que finge ser el mármol.
Ahora debo adorar, dijo en forma de plegaria (ad oris, significa llevar a la boca), en tono agradecido, sintiendo que el viaje, así como el mito se cuenta con música y canto, ese viaje de adoratio se debía contar, en algunas ocasiones sin ritmo ni son y otras, con gesto, palabra y espíritu.
Pensó que el astro rey ha danzado su circular tiempo y no en vano todo acabará y con ese don de la naturaleza que da siempre en abundancia dijo su plegaria, rumor y adoración:
-Ancestros solicito su guía. -Madre honrarme con las cualidades que me enseñaron.
-Padre, cuida los que amo con una espada.
Con el sol de abrigo se cubrió como si fuera un río de luz que navega un mármol ficticio, sin reparar en su forma, con dulzura y rozando la vaguedad.
Los vio a lo lejos, Jacinta previno, pero ellos no previeron que, así como el humo que ofrendamos se transforma y cambia de forma, color y aroma hasta llegar a su brillante trono, también lo lejos cuando se hace cerca, se ve más grande.
Volvió a ver el río de sol siguiendo su camino, en su destino, in-móvil (dentro del movimiento) como las palabras, “la palabra puerta abre y cierra; y la palabra ventana, si fuera vieja tendría el vidrio partido. La palabra agua o se bebe o nos ahoga. Porque hay personas con sed y personas que se ahogan”. Previno lo que Jacinta, todos ya grandes y cerquita para verlos.
Sus minúsculas palabras fueron un eco, el final; agradeció con los ojos.
El caballo relinchó y Jacinta lo calmó. El sol ya muerto el difunto ya finado, se lloró.
Nadie más que las piedras, el caballo y Jacinta supieron que la vida se había ido.
Llegados los de lejos y que de cerca se veían grandes, mascullaron la pena, Jacinta lloró más, el caballo corrió al sol con viento.
Al día siguiente los que se veían grandes se vieron pequeños a lo lejos y Jacinta sola, lloró su viejo cubierto de tierra y sol.
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