La violencia de Onetti
Cuando uno termina de leer a Proust uno no sabe que sentir, si una frustración horrible o deseos de salir a la calle a gritar mientras se llora, es como aprender: dolor, presión, angustia, desasosiego, pero también complacencia, satisfacción y bienestar.
Gilles Deleuze en su trabajo sobre Proust y los signos nos advierte que la búsqueda del héroe proustiano es aprendizaje y no memoria, una vuelta hermosa a recomenzar y reconocer cada vez. Por eso el tiempo es recobrado en la infinita verdad del aprendizaje “se trata no de exposición de la memoria involuntaria sino del relato de un aprendizaje”[1] y ese aprendizaje es una violencia que nos impulsa a la búsqueda, una violencia sobre el pensamiento. Pero el aprendizaje no se consigue a través de la buena voluntad de la amistad y la filosofía que se “ponen de acuerdo sobre la significación de las cosas, de las palabras y de las ideas”,[2] sino, por medio del amor y el arte, porque estos nos violentan al punto que las cosas que suceden. Dan que pensar.
Y si en Proust hay tiempos sucedidos o alternados: Tiempo que pasa, tiempo que se pierde, tiempo recobrado, tiempo absoluto. En Onetti hay esto mismo, pero en espacio: Espacio que pasa, espacio que se pierde, espacio recobrado, espacio absoluto. Por eso uno aprende tanto de Onetti, porque al igual que en Proust nos violentan en la forma del amor y el arte, que por su fuerza no dejan más que hacer que la lectura sea una violencia continua, por eso, leerlo requiere tiempo, dolor, sufrimiento, cadencia, timo, indecisión, vigilancia, introspección, deseo, rabia, sobre todo: disposición y querer permanecer. De la misma forma como uno aprende bajo la sombra del azar del signo. “Aprender atañe esencialmente a los signos. Los signos son el objeto de un aprendizaje temporal, no de un saber abstracto. Aprender es ante todo considerar una materia, un objeto, un ser como si emitiese signos por descifrar, por interpretar.”[3] De ésta forma son los signos que emite Onetti, porque todo en cuanto sucede es sensible a un mismo suceso. “La mujer volvió a reírse y él no quiso mirarla; algo le decía que sí, el rumor de la lluvia hablaba de revanchas y de méritos reconocidos”[4]. Las cosas aparecen como un azar, las cosas se dan como en un “phaíno”[5] que deja ver, que se muestra, una aparición continua, una luz que aparece, pero a su vez, una fantasmagoría que engaña y seduce toda vez que inventa y recrea afectando nuestros modos de ver, entender y aprender.
Presencias transformadas que construyen otras visiones del mundo, con unas sensibilidades y una relación con el tiempo y el espacio que afecta la experiencia del lector, descifrando e interpretando los signos que emite cada cosa que se da en el relato, haciendo que esos signos cada vez se vayan revelando, así como se revelan los “phantasmas” como aquello que aparece, manifestado, expuesto o presentido. “El hambre no era ganas de comer sino la tristeza de estar solo y hambriento, la nostalgia de un mantel lavado, blanco y liso con diminutos zurcidos, con manchas recientes; crujidos de pan, platos humeantes, la alegre grosería de los camaradas.”[6] Su fuerza se da porque en su misma espacialidad del tiempo narrado, no aparece de manera permanente, se muestran y se ocultan esos signos, por eso su característica de fantasma, por esto mismo su fuerza sígnica que hace que uno deba descifrar e interpretar en el texto las atmósferas, sus propósitos y en la intimidad anímica de la lectura, la correspondencia de esa fuerza que nos obliga inevitablemente a estar imbuidos en un deterioro anímico, porque como todo y cada tiempo cambia, nada permanece, todo es pura alteración constante que prepara cada momento, el momento previo de su desaparición, una violencia permanente de las emociones llenas de contenido.
“si no hubiera preferido ayunar entre símbolos, en un aire de epílogo que él fortalecía y amaba, sin saberlo —y ya con la intensidad de amor, reencuentro y reposo con que se aspira el aire de la tierra natal—, tal vez hubiera logrado salvarse o, por lo menos, continuar perdiéndose sin tener que aceptarlo, sin que su perdición se hiciera inocultable, pública, gozosa.”[7] Nada en Onetti es observación y descripción, pues esto supondría que el signo que emite cada personaje y cada acto, se correspondiera directamente con el objeto designado, es decir, con enunciados explícitos; de ninguna manera, allí lo que se encuentra es que toda cosa en cuanto espacio de la disolución es pura decepción “en cada campo de signos nos decepcionamos cuando el objeto no nos da el secreto que esperábamos”,[8] es por esto que las cosas nunca son, siempre son en su mismo devenir, aparecen y desaparecen, todas guardan una esencia que buscamos pero que al instante de prenderla la perdemos de nuevo y esta característica hace que siempre ante el horror de una cosa, volvamos a sentir una misma emoción horrorizada del mismo ser, aprehenderlo completamente es imposible.
De ahí también el aprendizaje que hace que la violencia de cada suceso haga que la interpretación se potencie en una suerte de violencia del pensar en un volver a interpretar y reinterpretar, en dos momentos; uno es el momento donde interpretamos la concreto que nos decepciona (dice Deleuze) y otro es el intento de remediar esa decepción pero ya a nivel subjetivo[9]. “Es suya —dijo Larsen—, para que me recuerde —no se le ocurrieron frases hermosas y útiles, aceptó que el final de la historia fuese aquel encuentro de la mujer con la caja dorada, en un principio de noche de invierno, a la luz de siete velas quemándose en el frío. Dejó el sombrero sobre la mesa y se acercó con una sonrisa obsequiosa y triste.”[10] Así como la decepción es el camino del aprendizaje, la ruina y la disolución lo son también, en la medida que cada cosa en su irse desvaneciendo no deja más que ocultar algo que antes estaba expuesta, por eso mismo los personajes se van como royendo en el mismo relato y cada consecuencia deja ya de mostrar algo que antes era evidencia de la misma disolución, pura contingencia que se da por una suerte de azar en la que van sucediendo las cosa, hallazgos que precisamente dan que pensar. “Caminó hacia el mostrador con un medido aire de desafío, escondiendo su emoción hasta que lograra entenderla.”[11] No existe el lugar del logos o del uno, tampoco lo es de un orden sagrado o cósmico, es la probabilidad y la posibilidad permanentemente de un caosmos, espacio del asombro donde existe permanentemente una apertura, pura fuga. “La ruina veloz del astillero, el silencioso derrumbe de las paredes. Sorda al estrépito de la embarcación, su colgante oreja pudo discernir aún el susurro del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el del orín devorando el hierro.”[12] Una expedición al aprendizaje por medio de la disolución completa del signo disuelto, un violentar el pensamiento que hace que la fuerza del amor decepcionado impulse la búsqueda de una traducción de los signos que por su poderosa violenta potencia material en el mundo, da que pensar, así el camino para ello sea incomodo y uno quiera decirle a Larsen o tal vez a Onetti “Eres un fantasma conmigo caminando”… Y a lo lejos… la ciudad. Santa María.
Hay que saber que entre tus pasos largos y sinuosos
Nos devoras con gran apetito, pero aún entre vientos y lloviznas
Nos place recorrerte, invitados al abismo infame de nuca poseerte,
Tu música es difusa y alterna con ruidosas campanas, mañanas, tardes y noches
Y como si de un infinito se tratara, te inventas, te destruyes y te reconstruyes
Como un planeta eterno que rueda suelta en un mar inmenso. En miles de galaxias.
Todos te amamos porque todos somos tus hijos, desterrados y fundados
Entre piedras, acero y fuego,
Todos te pertenecemos porque de ti hemos sido engendrados
Abyectos vivimos dentro de ti como una masa que flota,
Expuesta y sometida.
A lo lejos, siempre a lo lejos es buena forma de mirarte,
Bordear tus contornos y presentir tus demonios
Intuir tus entrañas y soñar un vagabundeo triste
Que acerque mi alma a ese claro refugio donde
Yo ya no soy yo mismo sino que soy uno con la honda horrorizada
que Navega en tus venas, entre silbidos, gritos y muchedumbre.
En medio de la esperanza y las promesas me recorres
Como un dios eterno, monstruoso y piadoso
Me habitas entre sombras, luces y destellos
Conectado a un ciclón de partículas,
Al centro eterno de tu fuero
Que me dejas ver solo a lo lejos.
Mientras me hundo y me destruyo
En un pensamiento sagrado
Y a lo lejos, la ciudad.
[1] Deleuze Gilles, Los signos en: Proust y los signos, revista del departamento de filosofía y humanas de la facultad de ciencias humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Número 38-39, 1971. Pg. 3
[2] Ibíd. Pg. 15
[3] Ibíd. Pg. 4
[4] El astillero. Pg. 5
[5] El verbo φαίνω en griego: Dar a luz, alumbrar, hacer brillar, hacer visible, mostrar señalar, designar, manifestar. Consultado en el Diccionario manual griego vox.
[6] El astillero. Pg. 39
[7] Ibíd. Pg. 26
[8] Deleuze Gilles, Los signos en: Proust y los signos, revista del departamento de filosofía y humanas de la facultad de ciencias humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Número 38-39, 1971. Pg. 18
[9] Véase Proust y los signos en donde Gilles Deleuze desarrolla el campo del aprendizaje por medio de la decepción.
[10] El Astillero. Pg. 39
[11] El Astillero. Pg. 93
[12] El Astillero. Pg. 169
Comentarios
Publicar un comentario