La sal de la Tierra
"No todos somos fugaces, algunos ardemos para siempre"
Frank Canteros
La tierra se habita como si ella fuera una pertenencia, pero uno pertenece a ella, la naturaleza que llamamos, nos posee, nos recoge y somos en ella lo que ella quiere que seamos.
No es una máxima, pero es un hecho que se constata cuando vamos y nos enfrentamos a “lo natural”.
Salimos de Medellín buscando lo que íbamos a buscar, Pedro, Gio y Alejo, entusiastas entraron a la zona como se pasa por cualquier calle.
Las aguas de este lugar guardan adentro muchas cosas. Dicen los Jaibanás, que los espíritus, humanos y no humanos, los llevan a las cascadas y al río. Uno que viene sin mito ni rito entra al agua desprevenido, como si ella estuviera ahí para uno. Pero el agua corre y corre hacía abajo y eso no es casualidad, parece una verdad de Perogrullo. Muchas veces corre hacía arriba, solo que no se ve, pero lo hace.
Ponga el pie duro ahí en la mitad, me decía el guía con raíces indígenas. Detrás de mi, había una voz que me decía que no lo hiciera, se me acercó al oído y me dijo que me devolviera y dejara la maleta que llevaba, lo hice. Puse el pie en otro lado y me dijo de vuelta: “mira hacía abajo”. Miré el agua que pasaba por la roca, clavé la mirada, el agua me dijo: “Quédate aquí”, la voz me sostuvo de la cintura mientras miraba la roca y el agua que iba hacia arriba, me decía. “quédate aquí”.
Gio gritó, y yo salí del sueño del agua. Corrí roca arriba.
Con el tiempo uno entiende que la naturaleza cobra siempre su lugar y que su lugar hace parte de las cosas que habitan el espíritu.
Con los días fuimos a muchos lugares y en ellos el agua siempre fue la forma de como podíamos recorrer la vida.
Un día de esos estuvimos en Andes Antioquia y allí los indígenas de Karmata Rúa nos rezaron, nos dieron aguardiente con platas medicinales, nos bañaron con ramas de agua dulce y amargas, tomamos con ellos en ritual de camaradería mambe, ambíl y rapé y salimos cada uno con una botella de 350ml de hierbas cubierta de aguardiente antioqueño azul para soplar en cada resquicio de agua y pedir permiso al entrar.
Llevaba siempre en mi maleta café, tabaco o bocadillos para ir regando en las esquinas de los lugares donde íbamos. Desde ese día Pedro, Gio y Alejo tenían su pagamento. Gio me miraba y me decía: YA, yo le decía: YA.
Él sabia que yo sabia y el creía lo que yo creía, él, bien zorro viejo sabia que todas las aguas son diferente y que había que cuidarse, él, zorro viejo sabía que había que cuidarse, aguardiente en mano íbamos en medio de aguas, piedras y bosques.
Nos caímos, nos dimos en la jeta, avanzamos y encontramos lo que siempre fuimos a buscar, soplando en cada rincón aguardiente azul envuelto en matas.
Un día, bien cansados y comiendo de afán mientras Pedro dormía a la sobra de una casa en medio de un desierto verde, me miro, y me dijo : “ no se ni como estoy pensando”, se trago dos cucharadas de mambe y seguimos camino arriba, al final de la montaña yo le di tabaco salado, Gio lo escupió y me miró con esa mirada de viejo con rabia, me puso en la mano coca molida y en una complicidad amarga nos tomamos un sorbo de aguardiente con matas. Salí cuesta abajo mientras una roca grande intentaba matarme y él pegado de un árbol intentaba lo no posible.
Volvimos a tierra firme y ese día no morimos. Masticamos la sal de la tierra del suroeste indomable y al volver a casa sentimos la vida que la muerte no pudo.
Gracias por compartir… saber lo del pagamento muy importante. 🤍
ResponderEliminarGracias por compartir… saber lo del pagamento es muy interesante.🤍
ResponderEliminarGracias por compartir… lo del pagamento esta muy interesante. 🤍
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