Yo jamás leí a Onetti

“Si todos los caminos conducen a Roma, es porque los romanos de la antigüedad inventaron la construcción de las rutas como objetos estables.”

 

Gilbert Simondon.


 

Leer El Astillero es una experiencia que permite estar desubicado, es decir, no saber en donde uno esta parado, ni en el texto ni en el territorio de su contexto, esto parce confuso, pero así lo es, porque los espacio y los tiempos en El Astillero se “moran”, de tal manera que permiten que uno se “demore” en ellos y ese morar proyecta un tiempo que no es el de la narración el que contiene los sucesos , sino más bien, una especie de dialéctica del reposo el que lo va llevando a uno a permanecer en cada momento como si fuese el espacio el que se moviese y con él, uno, es desplazando. 

 

La tierra se mueve y con ella los cuerpos se desplazan, ese desplazamiento marea,  incomoda, des-acomoda, ya que la narración es más espacio que tiempo, “bloques de espacio en lugar de líneas de tiempo” una fuga continua que hace que uno como lector encuentre su incomodidad, no solo en la lectura, sino en la postura que uno mismo adquiere, como si la silla en la que se esta sentado rotara y se desplazara, mientras Larsen traspasa los espacios del astillero, la caseta y la visita a su querida.

 

Pura fuga. O quién podrá negar que los personajes en su labilidad, en su misma alteridad, no son uno y otro a la vez, o uno y todos conjuntamente, caras mutantes de un mismo monstro que fungen de su antítesis para ser su propia tesis, arrojados en un espiral infinito, en una dialéctica que permite ver a cada uno como separado, sombra y luz indiferenciada de su misma  forma pero no dispar, ni de su sombra ni de su misma luz, siendo no siempre los mismos aunque sean los mismos.

 

Las fichas están dispuestas y todas cumplen, en el tablero, una orden (o como bien lo enuncia Elena ) una función que desempeñar, yo prefiero decir que es un encargo que Onetti hace a cada quien, pues todos, todos los cuerpos, desde el aire fétido hasta el mal peinado  de la mujer de Gálvez  tiene  un propósito, una especie de “signicidad”  que invita a formar una atmosfera espacial, con su fiel propósito: el de crear un lugar en donde morar y permanecer en  el relato, con la fuerza que las palabras propias le contienen; como una especie de incitación a que cada párrafo que el texto nos presente nos permita habitar un espacio desterritorializado en un tiempo espaciado, un tiempo tan suspendido como las aguas podridas que descomponen lo que con dulzura debería fluir, agua e infierno, humedad y lluvia, una angustia eterna que no deja avanzar; pobre Larsen, nunca tendrá su reinado de cien años, pues la lluvia lo arrasa todo, hasta su risa, pues el agua se llevará toda las vidas que el Astillero contiene, esa agua siempre pútrida, quieta y sin movimiento.

 

 

Hay una especie de “física molar” en los cuerpos que se rasgan y dan  paso a bloques espaciales moleculares, es decir un “rasgar lo figural para que aparezcan las figuras”, por eso creo, que pensar en la disolución de los cuerpos disueltos es la mejor expresión para ver lo que pasa con todo en El Astillero, ya que algo que estaba unido por alguna línea, termina por separarse y cada cosa y cada quien, toma no sólo sus propias líneas de fuga, sino que toma su misma desaparición.  Disuelto todo ya, no queda nada, pues ya no queda ni lo uno ni lo separado, ni lo que es posible separar ni lo que es en su totalidad un conjunto; por eso el desvarío  y por esto el naufragio de todos los cuerpos arrasado por fluidos: alcohol, agua, lluvia (agua que cae), tiempo, personajes en transito y en trance, diálogos ligeros, alimentos, cigarrillos, músicas, temperaturas, ánimos, vestimentas, tradiciones, humores, cadáveres, sexos, se confunden en un propio color particular para ser y desaparecer en su tiempo y espacio apropiado. 

 

Los personajes  dislocados, pertenecen cada uno como a dos o varios seres a la vez, o están en varios tiempos, mismos presentes, varios futuros o diferentes pasados; o a veces mezclados unos con otros esos tiempos,  caracterizando los momentos, dando ritmo dinámico a los acontecimientos que se fundan en las misma insustancialización del suceso. Gálvez, es Kunz y su esposa a la vez, mientras sueña un futuro construido por un pasado que no corresponde con nada en su presente. Su esposa asoma con dulzura lo posible de amor que antaño fue, desvirtuando el presente con una sumisión inhábil que no proyecta nada de la vida, ni de la que lleva en su preñez ni de la que brota de esta misma circunstancia. Lo mismo pasa con Larsen que parece ser el mismo Petrus, inventando en su cabeza o fantaseando ese Astillero como un posible, analizando y deduciendo aquello que ya esta hundido pero anclado a un futuro soñado, pervirtiendo el presente anulando cualquier principio real que hay delante suyo.

 

Así como los personajes llevan un encargo cargado de materia, que mueven la materia que habitan; los espacios de la novela arman una extensa  galaxia que uno descifra por la atmosfera que cada uno emite. Arruinados, todos los lugares son ruinas, una extensa decadencia de todos los espacios, pero en estados diversos. Santa María se viene abajo de forma diferente que el Astillero, lo mismo pasa con la casa de Petrus, la casilla, el Belgrano y ni que decir del Chamamé que parece ser la conjunción o la culminación de lo que es la ruina hecha y pensada para todo lo abyecto, lo liminal, lo lábil, lo monstruoso, lo deforme, lo asqueroso, lo descompuesto,  se muestra de la manera como le gusta presentarse lo monstruoso: Siendo y exponiéndose.

 

 

Cada espacio se espacia en su misma deformidad, el Astillero hundido, famélico y enfermo, roído y corroído, sucio, polvoriento y mojado, los personajes allí adquieren ese mismo orden o estado anímico, que de la misma forma se transforma cuando se encuentran en los demás espacios, echo que a uno como lector lo perturba, lo “disloca” de la narración y del tiempo en el que uno vive ese relato, por eso es que todo parece transitar en momentos espaciales y se hace necesario incorporar una actitud anímica particular para cada espacio donde la novela acontece, un estado en el Astillero, otro en la casilla, otro en el Belgrano, otro en la casa de Angélica Inés otro en Santa María, incluso uno se siente con una disposición anímica diferente cuando Larsen visita la prendería, es imposible no sentirse envuelto en el  humor de ese momento. 

 

El Astillero es un juego Onettiano con una económica de las emociones, deformando nuestro exterior en un pliegue siniestro que deja ver nuestro interior, empujándonos a inspeccionar con dolorosa virtud nuestras emocionalidades. La misma ruina decadente llena de moho y abandonada a una empresa imposible, como si fuésemos los lectores también parte de esa atmosfera que él recrea, usándonos como una función misma de la novela, como si el encargo hecho a cada uno de sus personajes; también fuera trasladado a nosotros como lectores y habitáramos y moráramos el relato, no construyendo el cronotopo del lector, sino construyendo los acontecimientos como parte de ese mismo cuerpo que representa la historia misma.

 

Yo jamás leí a Onetti, porque parece que cada vez que lo leo es uno diferente que me desgarra como él mismo desgarra sus personajes y los lugares donde ellos habitan, me enseña a leer de nuevo, a parar, a hacer la pausa, a volver la vista atrás, leer de pie, sentado, a no avanzar, a permitirme ser uno con sus  personajes, a leer un párrafo y nada más, a leer en su economía anímica y dejarme llevar, como lleva todo lo fluido que escribe Onetti, pues en él todo fluye, para crear y hacer nacer, para matar y dejar morir, para permitir y posibilitar morar, para llevar y fundar o para traer y desaparecer.

 

Yo jamás leí a Onetti y parece que nunca lo leeré, él es un espiral que vuelve y se va, que viene y se desaparece para luego encontrarse con uno hecho ya de otras pasiones. Yo jamás leí a Onetti y como una brisa fresca él me ha vuelto a encontrar, un antiguo viejo amor leído como un canto. 

 

 

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