Una vez que una cosa se ha ido, es el final

 “Nada dura, ni siquiera los pensamientos dentro de ti. Y no debes perder tu tiempo buscándolos. Una vez que una cosa se ha ido, es el final”.

 

El país de las últimas cosas - Paul Auster

 

 

Como sucede con muchas cosas que son buenas y justas, lo conocí por casualidad, sobre todo porque mi desinterés por los escritores modernos es constante y me pierdo en aquellos más “viejos”, puede ser una comodidad anodina o una falta ridícula de experimentación en la literatura, que me gobierna.

 

Elena, la profe, en un cambio repentino, decidió que leyéramos a Auster en lugar de a Le Clézio. Algunas veces como para muchas cosas como se dice, hay que llegar tarde, como al tango… hay que haber vivido. Tarde llegué a él con “el país de las últimas cosas” y fue un buen descubrimiento y cuando digo bueno, lo digo porque en él uno se acerca al espíritu.

 

Tracé cruces con Onetti, Tolstoi, con Kafka, con William Faulkner, con Chéjov, nunca me atreví con Joyce ni Proust. Viejos zorros todos, que seguramente él ya había leído, lo se, porque en su “4321”  lo insinúa. Es ahí en su extensa auto biografía donde más nos cuenta: El Auster haciéndose, bañado en literatura, música y cine. 

 

Mi preferencia por Onetti me hizo tender una línea directa entre el Astillero con el País de las últimas cosas y desde ahí solo puede leer a Auster con admiración, sin devoción, porque la música de su escritura invita siempre a la duda, no por nada muchas personas hablan de su estilo policial, discrepo un poco, pero ese artilugio es también la fuente que ha hecho que sea Auster leído, por eso lo mencionan siempre como Auster y no como Paul.

 

Sus últimos años estuvieron envueltos en la enfermedad y la desgracia, esta última, comida exquisita de los medios de comunicación que atribuyen lo trágico al genio y la tragedia a su destino. En 2017 publicó la novela que según él, había “estado preparando toda su vida” 4321 es la muestra de la precisión del estilo narrativo, permitiéndonos un retrato de su juventud, de su familia, de una sociedad y su generación.

 

Su última obra Baumgartner, se va a vender como dulces a la puerta de una escuela. Los medios y las editoriales sacaran rédito del genio que al final de su vida, estuvo inmerso en la tragedia de la que nadie se escapa: La familia. Paul es más que eso y siempre será una vergüenza que cargará el mundo editorial. Sacar provecho de la muerte de su nieto y de su hijo, dice uno, la plata y el mercado,otra. Finalmente como él lo había dicho: “ A la larga, las historias no son probablemente menos valiosas que el dinero, pero a corto plazo tienen marcadas limitaciones”

 

“sin afecto no hay nada” solía decir Carlos Mesa, uno de los buenos maestros que tuve, él insistía en esa idea y en las geografías de las emociones. Un día cualquiera en la Biblioteca Pública Piloto nos encontramos, Carlos me preguntó por “la tesis” que en ese momento hacía. Le respondí con especial preocupación:

-No tengo ni idea que voy a hacer.

-Hombre (me dijo él) lo importante es hacerla con entusiasmo, lo demás se va haciendo de a poquito, así como se hace uno, afectado permanentemente.


Le apreté la mano con ternura sin saber que esa, era la última vez que lo iría a ver con vida.

Hablo de Carlos Mesa porque las obras de Paul Auster le recuerdan a uno eso, “dejarse afectar”, una disposición del alma.  A mi parecer así era como escribía Paul, dejándose afectar de lo que la vida le había dado, de lo que le daba y de lo que todos los días le quitaba.


“Con la ira y la decepción no se llega muy lejos, comprendió, pero sin la curiosidad estaba uno perdido”, las dos primeras no se con que frecuencia las llevaba, lo último fue el habito que tuvo para siempre.


 Decía que Tolstoi entendía todo lo que había que entender del corazón y la mente humana sin diferencia si era hombre o mujer, “no tenía sentido que un hombre pudiera ser todos los hombres y todas las mujeres” y en la obra de Paul Auster somos todos hombres y mujeres uno solo.

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