Sol de medialuna
Reconoció ese tono exacto de gris que sólo los miserables pueden distinguir en un cielo de lluvia; la delgada línea purulenta que separa las nubes, la sardónica luz lejanísima filtrada con ruindad.
El Astillero – Juan Carlos Onetti.
La luz que pasa por el desfase de las cortinas brilla con intensa armonía entre el pálido y fingido mármol del piso que simula un río. El sol parece agua que flota, es una bella imagen que sacude las ventanas y todo lo que toca, pero es también extraño cuando es el viento con su ligera brisa es el que invita a navegar al mismo sol, que inunda y seca casi todo.
Una determinada intensidad deja que ese batir del viento haga que el mismo sol de agua se convierta en luz, en esa luz que al igual que los días, se va sucediendo de formas diferentes y uno del mismo modo, se vaya sucediendo en una rueda loca que gira sobre sí misma.
Rayos diferentes de la misma luz solar caen sobre él, victoria y derrota; somos hijos de esa luz con caras que son una y dos al tiempo. Seguramente por eso este mundo es el mejor de los mundos posibles, pues es, el más composible con nosotros, dice Leibniz y no podría tener menos razón, puesto que cada cosa que lo compone lo hace posible, cada una en su medida y cada medida en su posibilidad de ser, de ser posibilidad.
La diosa Hestia cubre con humildad y calidez el fuego de ese sol, cuidando cuidadosamente la cocina, la arquitectura y el fuego; ese fuego que arde y nunca cesa, que enciende y vive… amado por todos.
Focus dicen en latín del hogar y su voz castellana dice del fuego, tal vez por aquella costumbre seguramente popular o de la determinante gramática para cambiar la “efe” por una “hache” y decir del fogar un hogar. Poco importa, pues a fin de cuentas cada una de esas palabras llevan consigo un fuego propio y en medio de ese calor forman un sol, un hogar como la llama que Hestia cuida, esa misma con sol de medialuna, ánfora prendida en la entrada de la puerta que permanece.
El sol sigue mojando así como hace la lluvia para mojarlo todo y arroparlo a uno. Con ese abrigo viejo de los silencios necesarios el viento sacude y sus palabras ingresan sin pedir permiso, dejando que la lluvia de sol de medialuna abrace sin inundar ni ahogar, como la llama misma que Hestia cuida.
A tientas, abre los ojos y se da cuenta que ese sol que simula un río no es un sol, es la luna que se ha tendido para llenar el vacío que los ropajes que lo tapan lo dejan a descubierto, el sol, brota de la nada con deseos de limpiar un claro de luna.
Siente miedo y piensa que el miedo es un mal consejero pero un buen refugio, en él uno puede verse y nunca esconderse, pues éste es siempre un cristal limpio donde uno está al descampado. Eso sí, ese refugio debe ser temporal, así como las tempestades que siempre terminan con ambiente de frescura.
Siente miedo porque siente que la vida con su sabia forma de ser, enseña a dejar atrás, entendiendo que hay cosas que acaban y mueren, Ya lo decía el viejo Onetti: “Sólo así, creyendo saber qué es lo que se muere, puede morirse en paz”. Y en paz se siente, sabiendo, qué sólo esas cosas que se han ido se han podido ir.
Todo esto pensó Miguel montado en su caballo color alazán mientras pasaba el breñal.
A lo lejos, el pueblo falto de paz, se hacía lejano y pequeño.
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