Limonadas en tazas de loza China
"La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento de los hombres"
Nietzsche
Joaquín no lo vio o no quiso ver, el río se lo dijo y como se ven las cosas que se escuchan, lo tuvo que ver pasar, ya sin hacer mucho.
La tierra quedaba lejos y caminar se hacia lento, la mula llevaba carga y montarla ya era injusto, quitarle peso no era una opción. El sol rugía con el viento que a veces era poco y otras veces era rápidamente escaso.
Dos partes del menaje colgaban del cinto, servirán si había agua, pensaba él. Antonio había muerto, lo tuvo que enterrar tapado con las pocas piedras que encontró, le sembró tierra encima, le puso un chorro de ron, tirado con desdén y siguió caminando sin mirar atrás, mascullando las lagrimas que no pudo disimular, Tomasa, la mula, lo miró y con vergüenza agachó la cabeza para no ser descubierto atragantado de ron, polvo y dolor, porque los hombres no lloran, se paran y siguen adelante.
De frente el pueblo era pequeño, solo un par de puntas dejaban ver que estaba allí. La aguja de la iglesia en el parque y el cementerio en las afueras, lejos de los vivos que viven para no morir, pues la muerte no hace parte de vida de los vivos, si no de los muertos y la noche.
Tomasa, la mula, llevaba en el lomo una caja grande de madera, porcelana china y tabaco.
Manuel, el madamás, los esperaba, sobando su barriga sudada al lado de la casa con ceiba que daba sombra, exigiendo limonadas, fumando y viendo bajar la procesión a la salida de la misa de seis.
Joaquín pasaría la noche con su yegua antes de llegar a entregar la carga y cobrar su jornal, cerca del cementerio, las tumbas malogradas y espíritus ya vencidos por el olvido, el silencio y el viento seco. Al día siguiente podría descansar en un colchón de paja vieja, amarilla y fétida. Luego volvería por el camino ya andado, llevándole a Antonio otro trago de ron y más piedras para que los animales no se lo comieran del todo.
Al volver la luz, la mula de mal humor pateó la tierra, Joaquín la acarició y sin nada que ofrecerle más que su mano salada y sudada, la invitó a terminar su encomienda y ganarse un poco de agua. Faltaba camino, pero la esperanza de la entrega valía el esfuerzo, el cansancio y la promesa misma de volver.
Bajaron primero la caja grande, después la loza china y finalmente el tabaco. Manuel caminó sin mirar nada más que la caja que en el costado traía un perrito con un megáfono, un fox terrier llamado Nipper. Abrió la caja, empujó la manivela y la dejó sonar en medio de la plaza una música que salía de ella. El pueblo enmudeció y María, su hija menor, asustada por el extraño sonido, corrió, empujó la mula y la mula cansada y sin recompensa, brincó, pateó con ambas patas y María dejó de correr para volar.
Calló sin vida, maltrecha por la patada, mientras su padre Manuel olvidaba la caja de madera con el fox terrier, la loza china y el tabaco.
A María la enterraron en el jardín de la casa, a la sombra de la ceiba y lejos de los muertos con sol. Manuel ordenó dejar la losa china y el tabaco, pagó el jornal a Joaquín y a la mula, les ordenó tirar la caja de madera al río y dejar que el agua limpiara su dolor.
Joaquín se fue con su mula, la llevó al río, le dio de beber con sombra. Después, buscando el camino andado, dejó la caja en el lomo de la mula y sin el peso de la loza y el tabaco, permitió que Tomasa llevara la música que llevaba encima, sola, sin más carga que la muerte de María.
Pararon en el lugar donde Antonio estaba muerto, bajó la caja de madera, le dio manivela, cubrió con paja seca y piedras las partes expuestas que estaban siendo comidas por los animales y el viento. Siguió el camino tragando saliva, ron y viento, al lado de su mula.
No montó la mula, como recompensa a su trabajo, dejaron a Antonio muerto y se fueron en busca de un jornal nuevo.
En el pueblo lejos de Antonio muerto, la caja de madera, de la mula y de Joaquín, dicen que cuando hay viento fresco, se escucha la música de la caja de madera con un fox terrier. Unos dicen que María canta, otros dicen que es el diablo que fue y nunca más los abandonó.
Manuel a veces llora a la sombra de la ceiba, tomando limonadas en tazas de loza china.
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