La forma de las ruinas
“Fiera venganza la del tiempo
Que le hace ver deshecho lo que uno amó
Este encuentro me ha hecho tanto mal
Que si lo pienso más termino envenenao
Esta noche me emborracho bien
Me mamo bien mamao pa' no pensar”
Enrique Santos Dicépolo
Orlando llegaba a la casa y ese día siempre era de fiesta, los longplay de 33 y 45 RPM estaban siempre listos: tangos y boleros, algunos de música colombiana, otros de música romántica tocada con orquesta. Se tomaba aguardiente y se jugaba parqués y ajedrez.
Mi abuelo lo recibía como si fuera su más querido compañero y todos los demás, gozábamos de su buen humor y del ambiente que traía la visita.
Cuentan mis tías y mi abuela (no se si me lo estoy inventando o fue un delirio febril) que ellos fueron como hermanos, empezaron en Aguadas Caldas el negocio del ron envuelto en fique que vendían a los franceses. Mi abuelo era del valle del cauca y mi abuela de Aguadas, como siempre pasa, se enamoraron y el papá de mi abuela no le hizo gracias esa conquista.
Los envíos de ron a Francia fueron al inicio un buen negocio, después los franceses ganada la confianza de los montañeros, les enviaron en una avioneta a cambio del mejor cargamento de ron, una caja con perfumes a modo de pago. Perfumes que tuvieron que regalar porque no valían ni los aguardientes en la cantina lamentando la perdida de la plata que se había invertido. Quedaron en la ruina.
Echada la suerte y con mala gana y falta de fortuna, mi bisabuelo para que su hijo y su hija no sufrieran por falta, les dio parte de la hacienda para que trabajaran. Ellos, ni cortos ni perezosos, acostumbrados a la vida del riesgo, del juego y de las mañas de tahúr, apostaron la hacienda en una semana de juego. La perdieron y otra vez quedaron a la buena voluntad de la vida, con una mano adelante y con la otra atrás como se dice en estás tierras de Antioquia.
Mi abuelo cogió su mujer y sus hijos y se fue a Medellín, Orlando fue a parar a Manizales.
Ese día que llegaba Orlando se cantaba y se fumaba como si al otro día no fuera a amanecer, se hacían empanadas, se programaba morcilla y se comía arepa con ogao, carne molida y manteca. La fiesta duraba lo que Orlando estuviera.
El primer tango que se ponía ese día en el tocadiscos se llamaba “se va el tren” ¿porque razón? nunca lo supe. Orlando y Nacho, mi abuelo, se lo llevaron a la tumba, no se si la canción de desamor les recordaba la fortuna perdida o si ellos en un pacto secreto se ocultaban travesuras de las noches de juego en las tabernas de Antioquia. Vaya usted a saber que se traerían con la canción de Enrique Rodríguez y su orquesta, pero era esa y solo esa la que sonaba para brindar con el primer aguardiente doble.
Fui muy feliz en ese tiempo donde no conocí sino la bondad de la vida, del amor y desamor de la música en el tango y de las risas de los viejos que traían sus penas como si fueran contadas por otros que no fueran ellos.
Un diciembre mi abuelo murió, Orlando nos visitó, no hubo música, ni empanadas ni morcilla, aguardiente si, por supuesto.
Todos lloramos a medias, aguantando con desdén la fuerza para no palidecer. Las formas que las ruinas dibujaron los tangos que se escuchaban cuando Orlando y mi abuelo se encontraban en una vieja nostalgia porteña que traíamos encima se quedaron para siempre, hasta que un día cuando Orlando también murió.
¿Cuál crees que sería la canción que deberíamos sonar?
ResponderEliminar"Se va el tren". En honor a los dos viejos.
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